Ya está en los puntos habituales de venta el último número del TMEO. De esa irreverente revista pergeñada en Vitoria. Una revista que contra viento y marea sigue – desde hace veinticinco años- repartiendo estopa gráfica a diestro y siniestro. Eso sí: con humor.
El TMEO: una publicación que vive gracias a esos cuatro mil militantes que la compran cada dos meses. Y también gracias a esos pequeños comercios, tascas, que se anuncian en ella. O que la venden.
De vez en cuando me gusta escribir sobre el TMEO. ¿Por qué? Quizá porque es uno de los pocos productos culturales (más bien contraculturales) que aún sigue vivo y coleante en este país. El TMEO no deja de ser como una pequeña ventana por la que entra aire fresco, aire libre. Una ventana que nos alivia un poco del sofoco de calor. Porque vivimos inmersos en una calorina asfixiante, mires por donde mires.
En verdad los dibujantes que puntualmente nutren la revista de contenidos han encontrado en esa publicación la libertad que no han hallado en otros espacios. Y es que en el TMEO no se da la autocensura. Que, dicho sea de paso, es la peor clase posible de censura que puede darse en un medio de comunicación. Y es que en este mundo plagado, infectado por el pensamiento político y moral –en el terreno público, en la calle, pero no en nuestras casas- correcto, la gente del TMEO es una excepción. Los del TMEO se mofan de las mujeres, de los hombres, de los homosexuales, de los vascos, de los españoles, de ellos mismos… de todos. No discriminan. Les da igual. En eso son muy igualitarios. Quizá porque el TMEO no vive de las subvenciones o de la publicidad. No corre el riesgo de que una gran empresa anunciante se sienta herida. O de que al político de turno no le guste tal o cual chiste y le retire su apoyo. No tiene, por tanto, por qué ser “políticamente correcto”. Vive de las personas que lo compran. Personas que son capaces de pagar unos euros por llevarse a casa algo que posiblemente se esté mofando de su propia persona. Porque todos pertenecemos a una o a varias categorías sociales, culturales, biológicas, políticas contra las que el TMEO arremete. Y todos tenemos un componente patético, estúpido, egoísta, absurdo del que tenemos que reírnos. Porque es sano. En ese sentido el comprador del TMEO también es una persona libre, que no está encadenada a sus prejuicios. O a los de los otros. En los veinte cinco años que el TMEO lleva en la calle algunos han dicho de ella que es una revista machista, pro etarra, españolista, vulgar, faltona, pornográfica, que realiza apología de las drogas… De todo. Está claro que esos “algunos” no han entendido nada.
La mayoría de los prisioneros supervivientes de los campos de exterminio nazis declararon en su día que el humor fue para ellos una herramienta fundamental para sobrevivir. Una herramienta que les mantuvo vivos. Pues sólo cuando te ríes de algo consigues superarlo. Por ahí van los tiros para entender al TMEO.
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